No es Lo Mismo Ser Patriota Que Nacionalista, Fanático E Idiota

Para que una sociedad viva sanamente es necesario no confundirse, el amor a la patria es algo muy natural, que, cuando el lo siente no esta loco, puede traer cosas buenas, y si no por lo menos no causa peligro, pero ser fanático no es garantía de nada bueno, sino de lo contrario.

Adán J. Loredo
Adán J. Loredo
7 de May · 526 palabras.
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🕘 Resumen

En este artículo se critica el nacionalismo excesivo que fomenta la adoración ciega a héroes históricos sin cuestionar sus actos, y que considera traidor a quien no consuma y crea en lo hecho en su propio país.

El autor argumenta que este tipo de nacionalismo no es necesario y se basa en prejuicios estúpidos y mentiras. Además, se señala que un hombre que cuestiona su patria no necesariamente es un traidor y puede ser uno de sus mejores hijos.

El artículo destaca la importancia de no construir nacionalismos basados en el desprecio a otras culturas y la adoración a personajes cuya honorabilidad es dudosa, e incluso, a veces han hecho daño a sus propios compatriotas.

En este sentido, se critica el hecho de que muchos hispanoamericanos idolatren más a militares revolucionarios que a los que defendieron la frontera de la patria.

En resumen, el artículo denuncia el nacionalismo extremo y defiende la necesidad de cuestionar y reflexionar sobre la propia patria y su historia.

Los nacionalistas locos que fomentan la adoración a los “héroes” sin cuestionar sus actos, y que consideran traidor al que no se limita a consumir lo hecho en casa y a considerar a su país el mejor del mundo por quien sabe que cosas, no causan orgullo, sino vergüenza, y mucha.

Para esos idiotas que de nada sirven, cambiar de religión, hacerse ateo, casarse con una persona de otro país, en suma, cosas a las que cualquiera tiene derecho, es una ofensa a los “héroes”, a ésos mismos que mejor habría sido que no existieran. Y es que para los nacionalistas fanáticos un compatriota digno de ser idolatrado tuvo que ser como ellos.

Es importante comprender que construir un nacionalismo no es necesario, y menos si es en base a mentiras y prejuicios estúpidos. Casi todos las personas amamos el lugar donde nacimos y por gusto, no porque nos convenzan. Un hombre que cuestiona a su patria puede que esté muy lejos de ser un traidor a ella y muy cerca de ser uno de sus mejores hijos.
Pero hay idiotas, por desgracia demasiados, que creen que el amor a nuestro país, que se despierta desde la infancia, no es suficiente y que es necesario provocar el nacimiento de uno nuevo fundado en el desprecio a otras culturas y la adoración de personajes del pasado cuya honorabilidad es a veces sobradamente dudosa o, peor aún, que sus meritos a veces consistieron en hacerle daño a sus propios compatriotas.

Los hispanoamericanos idolatramos más a los militares que se hicieron celebres en las revoluciones que a los que defendieron como leones la frontera de la patria. Quizás porque de estos últimos hemos tenido pocos, o nos venga por herencia materna: los españoles adoraron a Prim y a Espartero mientras que a Blas de Lezo le dieron sepultura de indigente. Lo más vergonzoso es que muchos utilizan a los militares revolucionarios que hicieron más mal que bien para fomentar el nacionalismo más estúpido. El colmo.
Aquello de que la educación que da el Estado viene acompañada de las mejores intenciones es verdad a medias y cuando peor está la cosa resulta ser mentira.

La persona más propicia para ser moldeada y rellenada con un nacionalismo que raya en el fanatismo es un indefenso niño. Por desgracia cuando llegan a adultos vemos que la adquisición de conocimientos fue un completo fracaso, pero no así el adoctrinamiento que resulto todo un éxito.

Y si alguien dice que no es cierto me gustaría saber porque hay tantos jóvenes universitarios con una ignorancia sobresaliente y fanáticos hasta los huesos.

Si las campañas nacionalistas las hacen con el fin de que un país esté bien unido no se puede conseguir otra cosa más que el fracaso. Lo fanáticos son adoradores de la violencia como técnica de convencimiento para que otros piensen como ellos o que ya de mínimo no les lleven la contra. Y la violencia en el interior de una sociedad nunca ha servido para unir nada, sino para despegarlo todo.

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