Hable Bien en Publico
Es un articulo con las claves fundamentales para hablar bien en publico. El autor es Premio Mundial Rey de España y Premio Hispanoamericano Ortega y Gasset
14 de January · 5260 palabras.
🕘 Resumen
El libro "Así se habla en público" de Germán Díaz Sossa ofrece un análisis detallado del proceso de oratoria y proporciona recomendaciones prácticas para ejercer dominio sobre los grupos mediante la comunicación.
Para su elaboración, el autor entrevistó a expertos en diferentes países para analizar a quienes comunican frente a los grupos. Muchas personas se sienten inseguras y ansiosas cuando hablan frente a un grupo, y el libro ofrece herramientas para superar estos miedos y mejorar la oratoria.
Los temas tratados incluyen la psicología del comunicador, el manejo del idioma, el fortalecimiento de la memoria, el cuidado de la voz, entre otros.
El autor, que ha dictado seminarios sobre el tema durante 25 años, presenta al lector una herramienta intelectual extraordinaria para mejorar su capacidad de comunicación.
Este libro es una recomendación para cualquier profesional en Recursos Humanos que desee mejorar sus habilidades de oratoria y capacidad de comunicación en público.
EDICIÓN ACTUALIZADA DEL LIBRO ASI SE HABLA EN PUBLICO DE GERMAN DIAZ SOSSA.
POR GERMÁN DÍAZ SOSSA.
REMIOS MUNDIALES REY DE ESPAÑA Y ORTEGA Y GASSET. FELICITACIÓN Y MENCIÓN ESPECIAL DE LA SOCIEDAD GENERAL DE AUTORES DE ESPAÑA. EMAILS Y DATOS DEL AUTOR. [email protected]; [email protected]; [email protected] TELEFONOS EN BOGOTA, COLOMBIA: 313—2562009--315-3559780---300-37972568
EL PROFESOR DIAZ SOSSA DICTA SEMINARIOS SOBRE EL TEMA DE ORATORIA, HABLAR EN PUBLICO, DESDE HACE 25 AÑOS.
PRIMERAS CONSIDERACIONES
Para pararse a hablar frente a un grupo no se necesita ser valiente sino tener el dominio de unas técnicas y de uno mismo. En este libro vamos a analizar detalladamente el proceso y a formular recomendaciones concretas y prácticas. Usted recibirá todos los elementos que necesita para ejercer dominio sobre los grupos mediante la comunicación. Está en sus manos una extraordinaria herramienta intelectual y tengo la certeza de que todas sus dudas sobre el tema serán despejadas.
Para la preparación de este libro, se entrevistaron oradores, profesores con amplia experiencia y personas que pudieran analizar a quienes comunican frente a los grupos. Las entrevistas fueron realizadas con expertos en los Estados Unidos, Colombia, Argentina, México, España, Chile, Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica, Panamá y otras naciones. Así mismo, consultamos a profesionales especializados en la psicología del comunicador, el manejo del idioma, el fortalecimiento de la memoria, imagen, el manejo y el cuidado de la voz, etc.
Centenares de personas han dicho al autor que cuando pretenden hablar frente a un grupo, hablar de pie, pensar de pie, se asustan, tiemblan, se les seca la boca, les da taquicardia, no pueden razonar con fluidez, concentrarse y muchas veces olvidan lo que iban a decir. La mayoría dicen con nostalgia que de sus manos se han escapado grandes oportunidades por no haber sido capaces de vencer su miedo a comunicar de pie, frente a un grupo. Sé de estudiantes que perdieron materias en la universidad porque se negaron sistemáticamente a pararse a exponer sus ideas. No fueron capaces de hacerlo. Otros pierden ascensos que les significarían mucho en su profesión, en su proyección, económicamente, por su incapacidad para hablar bien en público. Y esto ocurre en el mundo entero. José Manuel Paredes, del Instituto Carnegie de Panamá, indica que “creo que el arte de hablar en público se desarrolla. En mi opinión, todos tenemos capacidad para lograrlo. Se requiere algo de disciplina, algo de esfuerzo personal, algo de interés. Hay que lanzarse al agua. Encontré esta maravillosa frase en un libro que se llama Despierta y Vive: Actúa como si fuera imposible fracasar y triunfarás”. Por su parte, Rony Galdámez Carías, del Instituto Carnegie de El Salvador, señala que “hay que tener una actitud positiva frente al reto de hablar en público. Hay que querer hacerlo y hacerlo bien. Si tiene conocimiento de su tema, si sabe cómo desarrollará la conferencia, si domina el tema, lo demás es afinar la puntería con algunos detalles. Se necesita mucha práctica para lograr habilidad”. Zenaida Orozco y Jaime Girón Peltier del Instituto Carnegie de México, apoyan: “Todos tenemos habilidades para hablar frente a los grupos, pero se necesita capacitación y, luego, mucha práctica. Nunca digamos no antes de intentarlo. Todo está en nuestra mente”.
Antonio Fernández Manzano, de España, señala que “la gente tiene el potencial, pero se deben capacitar para desarrollarlo. Primero hay que saber qué hacer y luego dedicarse a practicar. Habrá unos mejores que otros, pero pienso que cualquier persona se puede convertir en conferencista si se prepara, practica y habla de lo que sabe”.
Por fortuna, en este libro usted encontrará lo que debe y lo que no debe hacer frente a un grupo, para convencerlo, para entusiasmarlo, para venderle sus ideas. Por fortuna, también, se cuentan por millares las empresas en el mundo que, conscientes de la imperiosa necesidad de que sus ejecutivos comuniquen mejor, contratan este tipo de seminarios talleres. El autor de este libro dicta sus seminarios en muchos países de habla hispana.
Decenas de personas me han dicho que, al no hablar bien en público, “se perdió la oportunidad”. Y yo pienso: “Quédese tranquilo que las oportunidades nunca se pierden. Siempre las agarra otro. Usted las dejó pasar, pero otro las tomó”.
Grandes oportunidades, seguramente, han pasado por su lado, han seguido derecho por su dificultad para comunicar. Este libro será ilustrado con experiencias reales, verdaderas, que dejarán mensajes muy claros. Igualmente y a propósito repetiremos, con distintas o con las mismas palabras, los conceptos absolutamente fundamentales sobre la comunicación frente a grupos. Varios publicistas entrevistados, entre ellos Juan Carlos Contreras, de Mc Cann Erickson, indican que para que un mensaje sea recordado por una persona, es importante repetírselo, por lo menos ocho veces. “Ciertamente, si se desea que se recuerde, hay que repetir un buen número de veces”, precisó, por su lado, Alberto Villar Borda, gerente de Mc Cann Erickson, una de las agencias de publicidad más grandes e importantes del mundo.
En el caso específico de la publicidad radial, los profesionales consultados dijeron que a un cliente le recomendarían repetir su mensaje por lo menos seis veces diarias durante dos semanas, si desea que lo recuerden. Sin embargo, hay muchos conferencistas que, en razón de que dominan su tema al derecho y al revés, creen que son entendidos perfectamente con una sola mención de un concepto. Esto se encuentra muy alejado de la realidad.
En este libro, pues, vamos a reiterar los conceptos fundamentales, para dejar perfectamente claro lo que es pertinente hacer para ganar confianza y hablar con éxito frente a grupos. Igualmente, el autor aprovechará algunas coyunturas para formular reflexiones y compartir lecciones y experiencias que le ha dejado la vida. Ojalá le sirvan. Pido a mi Poder Superior que así sea.
Este libro será ilustrado con gran cantidad de casos reales ocurridos en muchos lugares del mundo. La siguiente es la historia de un ingeniero civil que estuvo en el Seminario Así se Habla en Público que dirige el autor. Todo ocurrió exactamente como se narra, pero hemos determinado cambiar su nombre. Lo llamaremos el doctor Aurelio Fernández. El doctor Fernández trabajaba como director administrativo de una compañía de construcción. Era la persona que más laboraba en esa empresa. Establecía dónde había lotes en venta, entraba en contacto con sus propietarios, realizaba estudios de factibilidad para proyectos de vivienda, trazaba políticas de ventas y de precios, etcétera. Sólo había algo que no ejecutaba: exponer.
Cuando toda la información había sido recopilada, cuando estaba listo el proyecto y hasta las maquetas habían sido elaboradas, sus compañeros lo felicitaban, le informaban la fecha de la reunión de Junta Directiva en la cual se debía presentar el plan y lo invitaban a que lo hiciera. Y él siempre respondía lo mismo:
--¿Yo? ¿Hacer el ridículo, yo? No. Exponga usted.
Y, claro, sus compañeros jamás perdían estas oportunidades de oro, maravillosas. La ocasión les era servida en bandeja por Aurelio.
El expositor delegado, frente a la Junta Directiva, decía cosas como estas: “Logramos establecer que hay un lote con las siguientes características en este sitio. Hicimos un estudio de factibilidad y establecimos que se puede desarrollar un proyecto con tales y tales especificaciones. Nosotros pensamos que los precios de venta pueden oscilar entre esta y esta cifra”.
Al final, el expositor recibía un gran aplauso. Y muchas veces hasta un ascenso.
--¿Aurelio Fernández tiene algo que anotar? --preguntaba el presidente de la Junta Directiva. Y Fernández, arrinconado, agachado, apocado, respondía:
--No señor.
--Está bien--indicaba el directivo--. Se acabó la reunión. Excelente proyecto y excelente exposición. ¡A ver ese aplauso para nuestro investigador y expositor!
Y pensar que prácticamente todo el trabajo lo había hecho Aurelio.
Pero un día las cosas cambiaron. Fernández determinó tomar el curso de Así se Habla en Público. Sufría, en verdad, grandes dificultades. Era inseguro y dudaba de sus capacidades. Además, era autocrítico en exceso. Pero, y eso lo aceptaban sus propios compañeros, era un excelente trabajador. Lucía temeroso, apocado, pero, definitivamente, se empleaba al máximo en su labor.
El señor Fernández, al igual que todos los alumnos, participó en unas dinámicas con las que arrancamos de las personas el temor al ridículo. Se trata de dinámicas fuertes, pero efectivas. De procedimientos incómodos, pero que aportan resultados contundentes. Siempre he creído que sin dolor no hay recuperación. También sé que el ser humano, muchas veces, crece más con la adversidad que con el éxito. Es más: hay éxitos que pueden arruinar y hasta acabar la existencia de las personas.
En una oportunidad leí una entrevista realizada a un cantante internacional, líder de un grupo de rock, quien comentaba la prematura muerte de un colega que saltó al estrellato con su primer disco. El entrevistado había superado graves problemas de drogadicción y alcoholismo. Y formuló un comentario contundente, lleno de verdad y sabiduría: “Si nosotros hubiéramos triunfado con nuestro primer tema, ya todos estaríamos muertos también”. Muchas veces, el éxito tumba, acaba más gente que el fracaso. Hay reveses que nos sirven, si se afronta adecuadamente la coyuntura. Frente a un hecho adverso, uno no debería preguntarse por qué, sino para qué pasa esto. La pregunta es parecida pero distinta. Cuando a una persona que no está preparada para recibirlo, le llega el éxito, ya sea con un triunfo deportivo, poder, millones de dólares mal habidos, etc., ese éxito puede derrumbarlo y hasta eliminarlo. El poder excesivo y repentino enloquece. Hay centenares de deportistas y millones de personas en el mundo entero que certifican esta afirmación: Por fortuna la vida, las más de las veces, se encarga de enderezarnos, cuando la prepotencia, el orgullo, la falta de humildad, nos sacan del camino.
Unamuno decía que “un pedante es un estúpido adulterado por el estudio” y John Gardner reflexionaba en los siguientes términos: “Un plomero excelente es infinitamente más admirable que un filósofo incompetente. La sociedad que desdeña la excelencia de un plomero porque su oficio es humilde, y tolera a los filósofos chapuceros porque la filosofía es una actividad excelsa, no tendrá ni buena plomería ni buena filosofía”.
Hay presuntos éxitos que no sólo nos hacen creer mucho mejores que los demás, lo cual no sería tan grave, sino que, aprovechando esa presunta superioridad, hay quienes pisotean a sus semejantes de una manera injusta y absurda. Por fortuna, el cambio, la transformación, el llanto y el crecimiento espiritual, llegan cuando la vida nos golpea y nos devuelve al piso, de donde nunca nos hemos debido separar para elevarnos izados por la prepotencia. Lo único que lo hará a usted más grande que otro es la humildad. Siempre he pensado, reitero, que el ser humano, las más de las veces, crece más con el fracaso que con el éxito. Las adversidades fortalecen el alma y nos hacen crecer espiritualmente.
Pero volvamos con el señor Fernández, luego de estas reflexiones que, repito, serán frecuentes en estas páginas.
El señor Fernández realizó varias exposiciones. Le formulamos las observaciones pertinentes y descubrió algo maravilloso: que sí era capaz de pararse frente a un grupo y hablar. Todo esto lo consiguió durante nuestro seminario. Hizo exposiciones realmente buenas. Estuvo inmerso en el proceso durante varios días y al final aceptó que “me siento una persona diferente; ahora sé que soy capaz”.
“Es cierto aquello de que nadie da tanto como quien da esperanza”, pensé aquel día. Y siento lo mismo en cada uno de mis seminarios.
Luego de algunas semanas, nuestro director administrativo, el señor Fernández, se comunicó con el autor de este libro y con voz emocionada le dijo:
--¿Me recuerda? Soy Aurelio Fernández. Estoy feliz y lo llamo para compartirle mi alegría. Cuando decidí tomar el seminario, era director administrativo de mi empresa. Hoy fui nombrado gerente administrativo y financiero. Digo que nací el 4 de marzo y que mi papá se llama Germán Díaz Sossa.
¿Qué fue lo que pasó con el señor Fernández? ¡Que habló! Terminado el seminario, continuó haciendo el trabajo intenso de siempre. Pero a la primera oportunidad expuso un proyecto ante las directivas. Lo hizo con entusiasmo, brío y confianza. Y luego realizó otras exposiciones. Fue acumulando experiencias positivas y mejoraba sustancialmente exposición tras exposición. Un día cualquiera, renunció el gerente financiero y administrativo de la firma. Se reunió la Junta Directiva, se estudiaron nombres del posible sucesor y fue escogido el señor Fernández, quien desde mucho tiempo atrás merecía esa oportunidad, sólo que sus superiores no lo sabían. Siempre he creído que quien no comunica es como si no existiera. Y quien no comunica bien, no administra, no se relaciona ni vende bien.
Si tuviera posibilidad de delegar puestos de importancia en una compañía, los pondría en manos de personas que muestren liderazgo, arrojo, confianza. Y si hay algo que de don de mando en poco tiempo es una comunicación adecuada.
Millares de personas que han pasado por los cursos del autor expresan el deseo de perder el miedo a los auditorios, hablar con seguridad, realizar exposiciones coherentes. Quieren convencer a su auditorio, venderle sus ideas.
Pienso que todas las personas, si se dejan guiar por un experto, pueden desarrollar habilidad para hablar frente a grupos. Es algo que he visto en centenares de seminarios, dictados en muchos países. Los conferencistas no nacen. Se hacen.
Y cuando pueden hacerlo, se convierten en verdaderos ganadores. Si algo da satisfacciones de todo tipo, es poder hablar frente a un público y lograr que, al término de una intervención, el auditorio piense como el autor del discurso. La satisfacción es inmensa. Es de las más grandes que puede vivenciar un ser humano.
Uno sabe, a puro ojo, cuáles son los estudiantes que desarrollarán más confianza y habilidad para comunicar frente a grupos. Los que más avanzan son los que tienen una ferviente necesidad y el deseo de salir adelante en esta área. Se les notan la atención, las ganas, el deseo de superar ese miedo absurdo que paraliza a quienes, por falta de experiencia, prácticamente no pueden comunicar frente a un auditorio.
De lo que se trata es de intentarlo. La persona descubre, casi con asombro, que sí es capaz de hacer aquello que tanto temía, eso de lo que tanto había huido. En nuestros seminarios no sólo damos información, técnicas, teorías sobre comunicación, sino que le despejamos a los asistentes las barreras que ellos mismos se han creado y que los paralizan a la hora de hablar parados. Hay personas que me dicen: “Yo, cuando estoy sentado, reflexiono perfectamente sobre un tema que conozco, tengo argumentos interesantes, puedo hacer aportes valiosos y los hago. Pero cuando me dicen que me pare y repita lo que he dicho, me paralizo, todo se me olvida, comienzo a sudar, a temblar, me da taquicardia y no puedo, prácticamente, ni abrir la boca. Esto es supremamente raro”.
Realmente--les digo yo--no es nada raro. Y argumento que las personas, cuando están sentadas, piensan, hablan, reflexionan, discuten, con gran solvencia, por una sencilla razón: tienen gran práctica en hablar sentadas. En cambio, cuando se ponen de pie, quedan en un estadio completamente diferente. No están acostumbradas a reflexionar ni a hablar paradas. Y es por eso que se desencadenan todas esas reacciones indeseables.
“No vuelvan a decir sentados lo que puedan decir parados”, les digo una y mil veces a los alumnos del seminario. Practiquen, practiquen, practiquen, les recomiendo con la certeza de que ese es el camino más corto y el más completo. De lo que se trata es de que acumulen experiencias positivas. El único método que sirve para consolidar la confianza y convertirse en un buen expositor, es practicar, practicar y practicar. Luego, siga practicando.
El gran secreto consiste en consultar a un experto, saber exactamente qué es lo que hay que hacer y qué no y, luego, no perder oportunidad de pararse a hablar. De lo que se trata, reitero, es de acumular experiencias, experiencias positivas.
José Manuel Paredes, del Instituto Dale Carnegie de Panamá, señala que, por ejemplo, en las reuniones de padres de familia, los que levantan la mano y exponen, terminan imponiendo sus criterios frente a los que se quedan sentados, apocados, temerosos. Agrega que, entonces, unos conducen el carro cómodamente y los otros se dedican a empujarlo.
Antonio Fernández Manzano, experto español en el tema, señala que “hay que estar preparados y hablar del asunto que se domine. El conferencista puede tener la certeza absoluta de que, en la medida en que practique, cada vez tendrá menos temor. En sus primeras charlas estará nervioso; luego irá ganando confianza y, finalmente, sentirá verdadera pasión por hablar frente a los grupos”.
Hay quienes suponen que los oradores nacen, pero la verdad es que se hacen. Sólo necesitan dominar unas técnicas. Esto no es tan difícil como la gente supone. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que es el noventa por ciento menos difícil de lo que la gente cree. Y hay que ver las satisfacciones maravillosas, inmensas, que otorga este nuevo poder.
La capacitación es imperiosa. Emilio Romualdo Santamaría, instructor del Instituto Dale Carnegie de Honduras, manifiesta que “las personas se crean barreras y piensan que no son capaces de hablar bien en público. Cuesta convencerlos de que están haciendo las cosas bien. Nosotros realmente no les colocamos habilidades a las personas. Ellas las traen, aquí les ayudamos a verlas y, al verlas, las van desarrollando” A su turno, Mauricio Piñol del Instituto Carnegie de Guatemala, indica que “desearía que las personas busquen capacitación en esta área tan importante. Se trata de un elemento realmente clave para el éxito de la gente. En varios países, por ejemplo en Guatemala, están despidiendo gente y, muchas veces, despiden justamente al menos capacitado. Ahora bien, tampoco es justo que un gerente aspire a que sus subalternos hagan grandes presentaciones, si no los ha capacitado”.
Hay personas que sienten muchos nervios y por eso no levantan la mano, no se paran y hablan. José Manuel Paredes, del Instituto Carnegie de Panamá, opina que “los nervios no son otra cosa que un efecto; lo que la persona debe trabajar es la causa. Y, generalmente, el temor lo origina la falta de habilidad, de experiencia. Hay que practicar. Todo lo que uno practica se puede convertir en una cualidad permanente. Al principio será difícil. Cuando uno está aprendiendo a nadar, traga agua. Cuando está aprendiendo a montar en bicicleta, se cae. Pero, posteriormente, es posible que flote sin mover ni un músculo y que conduzca la bicicleta hasta sin utilizar las manos. Y esto no es nada distinto a habilidad. Todo lo que sea una habilidad se desarrolla con la práctica”. Es posible que nunca le desaparezcan las mariposas del estómago. Pero lo que sí es posible es ponerlas a volar en orden. “La práctica hace al maestro. De todas formas, casi siempre habrá un poquito de ansiedad, lo cual demuestra el respeto y el compromiso que tenemos frente al grupo”, anota Zenaida Orozco, del Instituto Carnegie de México, en entrevista concedida al autor de este libro.
Una persona puede llegar a reflexionar, a comunicar parada, lo mismo o mejor que sentada. Sólo necesita dominar unas técnicas y acumular experiencias positivas.
Es más. Una persona debería hablar mucho mejor, con más entusiasmo, más ganas, más deseos de convencer, más énfasis, cuando está frente a un grupo que cuando no lo está. El auditorio debería incitarla a hablar con más ganas, a vibrar con más fuerza para convencer.
A mí, por ejemplo, me gusta más hablar frente a 200, 300 o mil personas que frente a veinte o treinta. Una vez que el orador gana confianza con la práctica, entre más gente haya, mejor. El grupo me incita a continuar, a hablar. Es casi seguro que un cantante canta mejor ante veinte mil personas que ante un grupo de amigos al lado de una chimenea. Es mejor escuchar una carcajada o un aplauso de 300 personas en un auditorio, que de veinte personas en otro. Las reacciones de los seres humanos son contagiosas. El entusiasmo que produce un buen orador, se contagia, crece, y el orador, a su vez, se alimenta de esas reacciones que inspira.
He hablado con muchos oradores profesionales y todos coinciden en que se sienten mejor ante centenares de personas que ante diez o veinte. Me mencionan cómo su cerebro se despeja y se vuelve más agudo, incisivo, rápido, y la manera estupenda como crece su carisma frente a un nutrido grupo.
Hay una cosa segura: el adiestramiento, el dominio de unas técnicas y el permanente ejercicio de esta habilidad, irán eliminando a pasos agigantados el temor al auditorio. El miedo será arrinconado por la práctica y la acumulación de experiencias positivas. Es un hecho millones de veces comprobado. No diga sentado lo que pueda decir parado. Aproveche toda oportunidad, en el colegio, la universidad, el trabajo, en sus reuniones, toda oportunidad, decía, para levantarse y realizar sus exposiciones. Notará cómo con la práctica, el temor cada vez disminuye. Y notará luego que hablar parado se convierte en un verdadero placer. Podría decir que es uno de los más grandes placeres que existen. Usted sí puede vencer el miedo absurdo a hablar parado, a exponer de pie. Siga nuestros consejos y lo logrará. Usted no es el único que siente ese temor. Muchos grandes oradores también lo sintieron, pero, como tractores, pasaron por encima de esos miedos, los dejaron aplanados en las vías polvorientas y se convirtieron realmente en triunfadores.
“Tú puedes llegar a cualquier parte si no vas acompañado por el miedo”, decía Confucio. También es cierto aquello en el sentido de que el que no espera vencer, ya está vencido.
Y Héctor Tassinari enfatizó: “Dios no te hubiera dado la capacidad de soñar, sin darte también la posibilidad de convertir tus sueños en realidad”.
El elemento más importante de la comunicación frente a grupos es el entusiasmo. Como lo digo en mis seminarios abiertos al público y privados para empresas nacionales e internacionales, el entusiasmo es el 80 por ciento de la posibilidad de éxito de un conferencista. La comunicación frente a los auditorios debe tener fondo, pero también forma. Y la mejor forma es hablar con vehemencia, con ánimo, con entusiasmo, con ganas. ¿Con ganas de qué? De vender. De vender lo que está pensando, lo que está planteando.
Luis Alfonso Anleu, instructor de los cursos Og Mandino, indica que “hay que hablar con pasión y con sentimiento. Diría que una charla sin sentimiento es una charla mecánica. El sentimiento es aquella parte de mí mismo que le pongo a mi charla. Hay que dejar ver las emociones. La emoción, la mayoría de las veces, despierta respuestas emocionadas en el auditorio. Hay que hacer que la gente viva la charla y para eso se necesita meterle emoción. Cuando las personas vibran, viven la charla, se emocionan, necesariamente hay éxito”. Mauricio Piñol, del Instituto Carnegie de Guatemala, lo apoya: “Hay conferencistas que tienen cosas muy importantes para decir, pero las dicen sin ánimo, sin entusiasmo, sin brío y, en consecuencia, pierden al auditorio. Existen conferencistas que duermen a los auditorios. Hay que hablar con ganas, con entusiasmo, con brío; no incurrir en la monotonía, cambiar el volumen de la voz, hablar con pasión, si se desea tener éxito”. Zenaida Orozco y Jaime Girón Peltier, del Instituto Carnegie de México, manifiestan que “los auditorios reaccionan como los conferencistas. Un orador debe hablar con convencimiento, con fuerza, con motivación, con convicción. El orador recibe de lo que da”. “Yo diría que el entusiasmo, al igual que el aburrimiento, es contagioso”, sentencia Luis Alfonso Anleu, del Instituto Og Mandino en Guatemala.
Bill Valenti, conferencista norteamericano, señala que “pienso que uno de los peores defectos de un conferencista, que necesariamente lo lleva al fracaso, es hablar sin entusiasmo. Para mí, el entusiasmo es el elemento determinante en el éxito de un expositor. Obviamente, su mensaje también debe ser sólido, interesante, lleno de enseñanzas, pero es imperioso hablar con ánimo y determinación”.
¿Cuándo, en su concepto, un orador es bueno?, le preguntamos al padre Gonzalo Gallo González, un sacerdote colombiano que ha dictado conferencias en muchos lugares del mundo. Y nos respondió:
--Cuando llena, al menos, tres condiciones: una, comunica con el alma y tiene fuego en el corazón. Dos, cuando su comunicación es ética y positiva. Y tres, cuando su mensaje es eficaz, es decir que la palabra lleva a la acción.
Por su parte, Enrique Castellanos, del Instituto Dale Carnegie, considerado uno de los mejores instructores del mundo, señala: “El fracaso se produce cuando la actitud del orador falla, ya sea por inseguridad, falta de empatía o poco entusiasmo”.
El experto Ignacio Orrego Rojo, expresa: “Usted no podrá convencer a un auditorio si no le pone el corazón. Y eso nace del convencimiento, pues si uno no está convencido, tampoco puede convencer a los demás. El secreto lo resumo en una sola palabra: entusiasmo. Todo lo que uno hace con entusiasmo, queda bien hecho”.
Antonio Fernández Manzano, de España, opina que un conferencista fracasa “cuando habla sin ánimo, con apatía. Una persona puede saber mucho sobre un tema, pero si no comunica con ganas, con pasión, con brío, logrará poco o nada”.
Conozco el caso de Alberto, quien se ubicaba en el último rincón de un salón de tertulias, donde se hablaba sobre todo tipo de temas que eran propuestos por el coordinador de turno. Él comenzó a asistir justamente para averiguar por qué sentía verdadero pavor cuando tenía que pararse a hablar frente a un grupo de médicos en el consultorio de su propiedad. Narra así su experiencia:
“Comencé a asistir para ver a esos héroes que se paraban y decían algunas palabras, por cuatro, cinco o seis minutos. Hoy recuerdo que para ir hasta la greca y servir un tinto, era necesario atravesar el salón. No tomé tinto durante un año, por el físico temor de recorrer el salón. Un día me inscribí en un curso de oratoria, fui guiado por un buen maestro, hice mis primeras intervenciones y descubrí que sí podía. Me pareció tan increíble como emocionante. En una oportunidad preparé una pequeña charla para la tertulia, pedí la palabra, me paré y hablé. Al final recibí un aplauso. Me siento realmente feliz. Vencí ese miedo y en la medida en que realizo exposiciones, en todo tipo de lugares, cada vez tengo más confianza y hablo con más naturalidad. Definitivamente es verdad aquello de que la experiencia hace al maestro”.
“Antes Alberto se moría de pánico y ahora es uno de los mejores expositores”, dice uno de sus amigos.
Es imperioso lanzarse de una vez por todas. Los auditorios no comen gente. Mao Tse Tung decía que “Vivir no consiste en respirar...sino en obrar”. Chaucer opinaba, por su parte, que “el que nada emprende, nada concluye”.
Si usted no lo intenta, es posible que luego le pese profundamente, hasta con dolor. Un día le preguntaron a ese fabuloso actor norteamericano, Dustin Hoffman, si estaba satisfecho con lo que había vivido, con lo que había logrado. Y respondió algo que debe ser una lección para todos nosotros:
“Un día le pregunté a mi padre, quien trabajaba con enfermos terminales, si las personas que habían muerto de cáncer y con las que había estado, tenían algo en común, y él me respondió que la ira. No la ira porque fueran a morir, sino la ira por lo que no habían hecho en sus vidas, por las cosas que pudieron haber hecho. Así se tiene esa sensación a los 51 años y no quiero estar rabioso por eso. Hay que hacer cosas”.
El gran conferencista mexicano Miguel Ángel Cornejo nos dijo que, definitivamente, hay que lanzarse al agua. Y si se cae, hay que levantarse e insistir. La práctica le dará una gran habilidad para hablar frente al público.
Acumule experiencias positivas. Para lograrlo, hay que lanzarse al agua. Es verdad aquello de que la experiencia no se improvisa. No espere que alguien le dé un toque mágico para que pierda el miedo de pararse a hablar. Capacítese, sepa qué debe y qué no debe hacer, y manos a la obra. Fuera abanicos que llegó la brisa.
En la medida en que practique, aumentará su confianza y dominio sobre la comunicación frente a grupos. Puede estar seguro.
Miguel Ángel Cornejo, considerado como el conferencista latinoamericano que más escuchan en el mundo, nos dijo: “Pienso que los dos o tres primeros minutos son los más difíciles de una charla, pero luego es como correr un automóvil: hay gran temor, pero también hay un gran placer para quien disfruta la velocidad. Frente a un grupo, una vez en el atril, el entusiasmo lo va llevando a uno. Creo que hay que lanzarse al agua. Lo interesante es afrontar. En mi concepto, la mejor manera de enfrentar el miedo es confrontándolo. Si alguien tiene miedo de hablar en público, puede contar con la certeza de que, una vez resuelto el primer impacto, una vez que uno se lanza al agua, lo demás fluye”.
Hay que tomar la decisión y actuar. Homero decía: “Jamás seré un obstáculo para mí mismo”. Usted no puede seguir siendo un palo entre las ruedas para su propio desarrollo.
Un profesor chileno nos decía que “si usted está enterado de lo que va a hablar, si domina el tema, pues esto le trae, paralelamente, una seguridad para exponer sus pensamientos, sus ideas. Es indispensable estar enterado de lo que se habla”.
En mis conferencias y seminarios talleres en diferentes países hago esta pregunta: Cuando una persona va a hablar frente a un auditorio, ¿quién está nervioso? ¿Usted o el auditorio? “Pues uno”, responden casi en coro. Este es un consejo que puede cambiar su manera de comunicar: Si tenemos en cuenta que quien está nervioso es usted y no el grupo, ¡pues haga que el grupo hable primero, mientras usted se tranquiliza! ¿Esto cómo se logra? Hágale al auditorio una pregunta sencilla sobre el tema que va a desarrollar. Esto dura diez segundos. Luego comienzan a hablar ellos y usted comienza a tranquilizarse. Y luego empiece a desarrollar su tema. Y si nadie se ofrece para responder a su sencilla pregunta, formúlesela directamente a alguien. La experiencia me enseña que luego de que habla el primero, los demás también lo hacen. Muchas veces, incluso, lo difícil es callarlos. Si a uno le hacen directamente una pregunta, no tiene opción diferente a responder. Esta es una gran alternativa. Úsela. De ahora en adelante, que hablen primero ellos, pues están absolutamente tranquilos, sin presión alguna. El auditorio lo sacará del problema del inicio. Y si este problema ya no existe, desde luego que disminuirá inmensamente el temor. Esto lo han probado centenares de mis alumnos, con excelentes resultados.
POR GERMÁN DÍAZ SOSSA.
REMIOS MUNDIALES REY DE ESPAÑA Y ORTEGA Y GASSET. FELICITACIÓN Y MENCIÓN ESPECIAL DE LA SOCIEDAD GENERAL DE AUTORES DE ESPAÑA. EMAILS Y DATOS DEL AUTOR. [email protected]; [email protected]; [email protected] TELEFONOS EN BOGOTA, COLOMBIA: 313—2562009--315-3559780---300-37972568
EL PROFESOR DIAZ SOSSA DICTA SEMINARIOS SOBRE EL TEMA DE ORATORIA, HABLAR EN PUBLICO, DESDE HACE 25 AÑOS.
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