El Cristal Con Que Se Mira

Dina y Andrés estuvieron casados en su juventud, pero luego de muchos años de divorciados y con varias otras parejas en su haber, deben reencontrarse para acordar la venta de una propiedad.Pero parece que para ambas partes la situación se presenta según el color particular con que cada uno la mira.

Lic. Juan Carlos Gómez
Lic. Juan Carlos Gómez
3 de March · 3517 palabras.
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🕘 Resumen

El texto cuenta la historia de Andrés, un hombre argentino de 42 años, quien al afeitarse para ir al trabajo recibe una llamada de Dina, una mujer con una voz similar a la de un ángel pero que representa sus peores pesadillas.

A través del diálogo, se revela que Andrés y Dina se conocen de años atrás y que ella le propone hacer negocios juntos. Andrés se muestra molesto por haber atendido la llamada ya que estaba ocupado, pero accede a que Dina lo llame más tarde para tratar el tema.

En una segunda parte, se introduce a Alicia María Iturbe, una argentina de 43 años quien vive su segundo matrimonio con Mario Literas, un comerciante al borde de la quiebra con quien necesitan conseguir dinero para salvar su negocio.

Alicia convence a Mario de que deben vender algo en lo que ella había invertido algunos años atrás, y resulta ser que ella es Dina, la persona que llamó a Andrés anteriormente.

El artículo termina dejando al lector con la incógnita sobre qué es lo que Dina quiere venderle a Andrés y cómo esta situación puede afectar a los personajes involucrados.

ANDRÉS
- Siempre lo mismo. Son las siete y media y recién me estoy afeitando. Otra vez voy a llegar tarde al laburo. ¡Y encima ese teléfono de mierda! ¡Sí, hola!
- ¿Andrés?
- Sí, claro...
Esa voz. Esa voz. Es parecida a una voz lejana que me suele acompañar en mis sueños, aunque a veces también en mis mejores pesadillas. Algo así como el ángel de la guarda pero al revés. Digamos que el diablo de la desguarda.
- ¿No me reconocés?
Claro que quisiera, y más que cortes rápido que cada vez estoy llegando más tarde. Y espero no cortarme de nuevo la cara si me apuro. Quién carajo será esta pelotuda.
¿Y qué le digo? ¿Qué es mi fantasma de las pesadillas?
- Soy Dina.
Pero qué boludo. ¿Para qué mierda habré atendido? Esta tarada me llama ahora que me tengo que ir. A ver...
- Ah, hola...
- ¿Molesto?, ¿te desperté?
- No, pero me agarraste afeitándome y tratando de no llegar tarde a una reunión.
- No cambiaste nada, ¿no? Siempre llegando tarde...
- Bueno: vos tampoco... Debés ser la única mujer en el mundo cuya vos suena tan tranquila a la madrugada en que todos estamos relocos tratando de llegar al laburo...
- ¿Querés que te llame más tarde?
- Dale. Yo termino mi reunión a la una y a la una y media salgo a comer...
- Te llamo a la una, entonces...
- ¿Algo anda mal?
- No... sólo negocios...
- Ahh...
- Chau
- Chau.

¿Negocios? ¿Negocios con Dina? ¡Antes me hago un nudo en el occipuccio!
¿Qué querrá esta conchuda, maldita hija de puta?, ¡ojalá que se queme en el fuego del infierno! ¡Y antes de morir, bien viva...!

Andrés Aimone, argentino, 42 años, dos matrimonios, ahora de nuevo divorciado. En la mañana del viernes 6 de junio recibió este llamado.


DINA
Alicia María Iturbe, argentina, 43 años, vive su segundo matrimonio con Mario Literas, 50 años, un comerciante al borde de la quiebra.

- Tenemos que venderlo. Necesitamos tener cash porque si no nos vamos al carajo. ¿Es tan difícil lo que digo?
- Mirá: yo traté de evitarlo hasta ahora por algo. En su momento fueron pocos pesos los invertidos y preferí quedarme en esa idea, no pensar que con el tiempo vale una fortuna y que pueda venderse.
- Creo que ahí funcionan otras cosas, y eso es grave.
Mario levantó la voz, la miró con aire furioso y se fue, dando un portazo.
Dina quedó preocupada porque el juego quedaba marcado de su lado: todo dependía ahora de su jugada, y la pieza que tendría que mover le acarreaba conflicto.
- Son las siete y media. A esta hora debería estar saliendo para su laburo. Pero él siempre se atrasa. Aunque el tiempo puede que algo lo haya hecho cambiar. Veamos. Seguro que ya está llegando tarde. Probemos.
- Hola, soy Andrés, no puedo atenderte ahora. Así que dejame tu mensaje.
- Ah, sí... pudo haber cambiado. Suerte que también conseguí su celular...
- Hola.
- ¿Andrés? Soy Dina.
- ¡Hola! ¡Qué alegría escucharte!
¡Epa! ¿Qué le pasará? ¿Me habrá confundido con Penélope Cruz? Quince años de separados mal, y el tío me atiende como si fuera de nuevo la mujer de su vida...
- Pero ¿estás seguro que entendiste quién habla?
- Dale, que me estoy afeitando.
- ¿Qué? ¿Llegás tarde?
- Sip.
- ¿Te llamo al laburo?
- Sip. Llamame a eso del mediodía... ¿eh? Besos.
¿Qué le pasa? ¿Será cierto que se alegra de oírme? Y sí, dicen que donde hubo fuego... Claro que el fuego aquel parece que fue excesivo y chamuscó más de lo que debía.

Conocí a Andrés como de casualidad, cuando compraba unos aros en un negocio de complementos. Yo estaba buscando algo para el cumpleaños de mi amiga Ana, y él quería ver qué podía regalarle a su novia. Me lo contó, y me pidió que lo aconsejara. Bueno: que nos trenzamos en una charla que siguió almorzando juntos y concluyó en su departamento. Más tarde continuó con su noviazgo roto, y yo transformada en la dueña de una pulsera que así había cambiado misteriosamente de destino. Al poco tiempo nos casamos, y aquello terminó bastante mal: de los tres años que duró, dos nos dedicamos a gastar energías discutiendo. Un verdadero infierno. Pero... ¡cómo nos quisimos mientras nos quisimos!


ANDRÉS
Me tendría que haber dado cuenta de que mi historia con Dina iría a terminar mal, porque no la conocí bien: tuvimos nuestra primera relación sexual la misma tarde que nos conocimos. Yo estaba de novio con Alcira, una psicóloga un poco mayor que yo con la cual pensaba casarme pronto, pero Dina me enloqueció y la abandoné para casarme con ella. Yo era un poco joven y hoy me doy cuenta que no entendía nada de nada.

Casarnos fue una verdadera aventura, llena de lindos momentos desde el principio. Sobre todo en el ámbito íntimo, donde descubríamos todos los días nuevos motivos de placer, de alegría, de distanciamiento de un mundo con mala onda. Pero un día la mala onda le empezó a caer con eso de que no progresábamos, que yo no tenía ambiciones y que ella (como decían sus padres) estaba “para más”. Era muy obvio que ese más no podría estar conmigo.

- ¿Andrés?
- Ah, sí... te escucho.
- Te contaba que tengo que tratar un negocio con vos.
- ¿Negocio? Hace más de diez años que nos separamos en medio de un terremoto, supongo que ninguno de los dos a esta altura está en condiciones de hacer un negocio juntos... ¿O vos sí?
- Perdoname, pero es... ineludible. ¿Vos pensás que podés hablar de esto libremente desde ahí?
- No, preferiría que no... ¿Querés que nos veamos? (pero ¡qué boludo! ¿cómo dije eso?) o mejor hablamos esta noche... (no, imponete: obligala a no verse)
- Me encantaría verte. Me contaron que al final te animaste con la estética en tu nariz y no quiero perderlo... Bueno... pero no sólo por eso, en fin...
Pero cómo puede ser tan cínica ¡dice que quiere verme a mí, pero en realidad lo que quiere es ver cómo quedó mi nariz!
- Mirá: creo que es mejor que me llames esta noche a casa. ¿Sí? Pero adelantáme el tema.
- ¿Te acordás del terreno de la playa?
- No.
- Ay, Andy, siempre distraído. El terreno que tenemos en Mar de las Pampas...
- No. Nosotros separamos bienes al divorciarnos ¿te acordás? No podés decir que haya algo que todavía “tenemos”...
- ¡Cómo no me voy a acordar!
- Disculpame, pero te tengo que cortar porque acaba de llegar alguien, mejor la seguimos luego. Llamame esta noche después de las nueve.

Pero este tipo es incorregible. ¿O se hace el idiota para quedarse con el terreno? ¡Mi mamá tenía razón cuando decía que me casaba con un inútil que además era insensible y no tenía corazón. Está bien que lo decía porque ella se quería venir a vivir con nosotros, y él se opuso con todas las fuerzas. Pobre mamá: la prueba de que no podía vivir sola era que desde que la había abandonado su novia había caído en un pozo depresivo que le impedía trabajar y sólo lloraba.

- ¿A que no sabés con quien estaba hablando? ¡Con mi ex!
- ¿Tu ex?
- Sí, pero no la anterior, sino la anterior de la anterior.
- ¿Pasa algo?
- Sospecho que está armando algo como para que vuelva a ponerme loco y tenga que odiarla a morir.
- Ehhh...
- Me dice que todavía “tenemos un terreno de ambos”.
- ¿Y qué? ¿No es cierto?
- No sé. Pero lo que me preocupa es qué se trae entre manos. Adonde apunta la maniobra.
- A lo mejor es cierto. ¿Dónde está el terreno?
- Dice que en Mar de las Pampas.
- ¡La puta: una fortuna! ¿Cómo no sabés si lo tenés o no?
- Es que no me acuerdo. Me esfuerzo porque me parece muy loco que alguien me llame para decirme que tengo algo que yo no sé. Y si se trata de una maniobra no termino de entender cómo es la trama, por qué y para qué. Bueh... al fin y al cabo espero enterarme esta noche.
Claro que todo ese día se me hizo un poco distinto. Adentro de mi cabeza giraba el enigma del terreno. Ya veremos.

- Hola. Ahora sí puedo hablar tranquilo. Te escucho.
- Andy, no puedo creer que no te acuerdes nada. En 1982 compramos un terreno, cuando estábamos veraneando en Villa Gesell. ¿No te acordás?
- Mirá: no sólo es un problema de memoria, es una lógica de asociaciones.
- Ah, ¿y vos pensás que la lógica es mejor que la memoria?
- No. Pero ayuda...
- Muchas de nuestras discusiones más penosas empezaban así ¿te acordás?
- No.
- Claro, mejor no acordarse.
- Mirá: a mí me gustaría que ya que parece que “somos” dueños de una propiedad, me contaras a) cómo lo hicimos y b) qué querés ahora.
- Bueno. Si no hay otro remedio. Me siento como con mi abuelo en el geriátrico, al que antes de preguntarle algo tenía que “ponerlo en órbita” sobre de qué le hablaba. Pero bien. En pleno noviazgo, nos fuimos a Villa Gesell ¿de eso te acordás?
- Como no me voy a acordar, si nos escapamos porque tus viejos no querían que nos fuéramos solos. No teníamos ni un mango para vacaciones, pero había sucedido el milagro: en tu laburo te trasladaron de sede y te habían dado como compensación cinco sueldos. ¡Estábamos de fiesta!
- Nosotros estábamos seguros de que nos íbamos a casar, y por eso no nos importaba nada. Una tarde, caminando por la avenida central de la villa nos paró un vendedor para convencernos de que compráramos un terreno en el proyecto de nuevas playas, al sur de donde estábamos.
- ¿Y?
- Que nos pedían una cifra ridícula por lo baja para tratarse de tierras, y que equivalía más o menos la mitad de lo que me habían dado de indemnización. A vos te parecía mejor gastar toda la plata en las vacaciones, pero yo pensé que había que usarla en la compra. Y la hicimos.
- Bien, listo. ¿Dónde está el problema, con algo que no me acuerdo y que hiciste con tu plata hace más de veinte años atrás?
- Que lo que total nos íbamos a casar, la pusimos a tu nombre.
- ¿Y?
- Que siempre fue para mí como una cuestión de identidad “tener un terrenito”, por lo que nunca dejé de pagar los impuestos. Cuando nos divorciamos no lo incluimos en el juicio, y por tanto sigue ahí. Es decir: legalmente sigue siendo tuyo, es algo que supuestamente adquiriste siendo soltero. Cuando necesité guita me propuse venderlo, pero recién cuando analicé la escritura pude recordar que no estaba a mi nombre.
- ¿Y?
- Bueno... que te pido que recuerdes que aquel dinero era mío y que... quisiera recuperarlo.
Ahora sí que tengo en claro tamaño lío. Recuerdo aquello como una boludez: compramos un terreno que valía poco porque estaba en una zona totalmente desvalorizada, y que para que alguna vez se valorizara debían pasar muchas cosas y también mucho tiempo. ¡Y parece que aquello pasó!


DINA
- ¡No te puedo creer que te encontraste con Andrés! ¡El regreso de los muertos vivos! Esto es mejor que quedarse en casa viendo la telenovela de la tarde... No me diga que se acostaron...
- No, boluda...
- Y entonces ¿para que se vieron?
- Él tiene un terreno que compró con mi plata, y le pedí que lo vendamos porque si no nos vamos a pique con Mario.
Esta con la que hablo es Bochi, mi amiga del barrio. Encabeza el ranking de los que no entienden nada y yo trato de explicarle algo que ni yo misma entiendo. Es que quedamos con Andrés en que yo iría a pactar una solución a su departamento. Me invitó a cenar.
Me invitó a comer sus famosos portobellos rellenos. Son unos hongos grandes que me fascinan. Tanto como me fascina la dulzura con que Andy los cocina...
¿Dulzura dije? ¿Qué me está pasando?
- Mi amor: no me esperes a cenar, porque esta tarde me encuentro con Andrés. No creo que sea una negociación sencilla.
- Mirá: si ese estúpido no afloja, voy y lo acogoto. En la inmobiliaria me dijeron que por esas tierras no podemos sacar menos de cincuenta mil dólares. ¡Con esa guita resolvemos de un saque todos los problemas!
Ay. Cómo llegué a esto. De pronto, todo mi futuro queda en manos de un tercero. Que no sé, encima, con qué me va a salir.


ANDRÉS
- Hola, ¿Eduardo? Soy Andrés.
- ¡Hijo de puta, borrado, seguro que aparecés porque estás en un lío. ¿Mataste, estafaste, embarazaste?
- Bueno: vos elegiste abogacía...
- ¿Yooo?
- Cierto. A veces te confundo con tu viejo. Vos querías ser pianista ¿no? ¿Te acordás de “Los Terrier” ¡esa sí que era una banda!
- Contame el problema.
- Sencillo: me llama Dina y me dice...
- ¿Dina? Uyyy
- Sí: dice que cuando éramos novios yo compré con dinero suyo un terreno. Y que lo puse a mi nombre.
- ¿Y?
- Quiero que me digas dónde estoy parado.
- ¿Estás en pedo? ¿Me preguntás a mí algo que vos me contaste a mí? Si no entendí mal vos decís que sos dueño de un terreno. Así de sencillo: sos el propietario. ¿Tenés testigos o documentos que prueben que la plata era de ella?
- Vos me estás diciendo que le robe a mi ex.
- ¡Ay Andy, que terminología fea! Nadie se puede “robar” a sí mismo. Eso no figura en ningún código, la figura es insostenible. Me parece que tu pasado socialistoide te ha hecho confundir un poco acerca de qué cosa es aquello de la “propiedad privada”... Aunque, ojo, puede ser un terreno en una zona invendible.
- En Mar de las Pampas.
- ¡Nooo! ¡Me muero por tener una casa ahí!
- Es una manzana.
- ¡Puedo hacerme una quinta! ¡Te la compro ya!


DINA
Este es el perfume que le gusta a Andy. Bah, al menos le gustaba. Pero ¿qué me pasa? ¿Y si me dice que no? Si lo llegara a consultar al tránsfuga de Eduardo, seguro que ya estoy en problemas. Yo lo quise. Me costó separarme. Pero sospecho que a él le fue más fácil, por eso no tuvo casi inconvenientes en volver a hacer tantas parejas.

Pero creo que estoy haciendo mal. ¿Cómo voy a encontrarme a cenar con él en su propio reino? Claro que él no se opuso. Pero tampoco Mario. El hijo de puta está tan desesperado en cubrir sus cagadas empresarias con guita fresca, que no le importa nada.

Claro: seguro que yo debería haberle dicho que no, que nos viéramos en un bar por ahí. Tampoco hay por qué encontrarse en su casa. Pero me invitó de una manera... volver a comer sus portobellos...
Ay, estoy tan confundida. Mejor salgo ya porque se me va a hacer muy tarde.


ANDRÉS
Estoy tan olvidado de cómo era Dina. A veces hasta se me borra su cara de la memoria. Pero miro alguna de las fotos de entonces y es como que vuelve a instalar por ahí adentro. Lo mismo me pasa con los recuerdos de tantas cosas vividas. Es una lástima que no nos quede una grabación de nuestro pasado.
¿Fuimos realmente tan felices como nos parecía?
¿Tuvimos fundamentos reales en las razones que nos llevaron a separarnos?


DINA
No era tan dulce como yo imaginaba. Está más gordo y viejo. Y hasta me parece un tipo bastante ordinario, rudo, ¿cómo decirlo? desubicado.
Sí, mal lo que se dice mal no me trata. Tampoco bien. Mamá siempre decía que aquel chico no era de nuestra misma calidad, que su familia no era tan buena. El problema tal vez fuera que me lo repetía demasiado seguido. Me rompió las pelotas el suficiente tiempo necesario como para que lo entendiera definitivamente.
Sí, claro: la vieja parece que –al fin y al cabo- siempre tuvo razón.
Los portobello como siempre exquisitos.


ANDRÉS
Pero ¿qué le pasó? Creo que su nuevo marido no la debe tratar muy bien. Y claro: me explicó todo. Resulta que Mario estuvo haciendo negocios con unos tipos que, a la larga, se mostraron como usureros con onda mafiosa. Quedaron con una deuda que deben pagar a corto tiempo y no logran juntar nada. Por ahora no han recibido amenazas ni mucho menos, pero sospechan que si no responden con efectivo la cosa se les va a hacer pesada. Peligrosa, diríamos.
- ¿Vos querés que te ayude?
- Sí.
- Bueno: vendamos y te llevás la plata. No me puedo quedar con algo que no sólo no es mío, sino que ni siquiera recordaba que poseía. No pierdo nada, no necesito un terreno en la costa y no tengo necesidades de plata. Así que... todo bien.
- ¿Terminaste?
- Sí, claro.
- ¿Entonces ahora puedo hablar yo. No es así como podés ayudarme.
Yo creo que la realidad siempre nos supera, y nunca me hubiera imaginado por qué quería verme Dina.
- Desde hace dos años que intento separarme de Mario. Me cansé de él, lo detesto, no quiero seguir. Es un perdedor nato. Si consigue la plata la va a volver a perder. No quiero perdedores conmigo.
- ¿No es esto mismo lo que te decía tu vieja sobre mí?
- Tenés que ayudarme. Fue un error mío haber hablado del terreno. Puede ser mucha plata.
- ¿Y?
- Que ahora yo vuelvo y le digo que lo vendiste, que sos un hijo de puta porque eso fue hace mucho tiempo y que no tenés plata. Tenés que sostener que aquel fue un regalo que yo te hice y que yo lo había olvidado.
- Lo que no entiendo es cómo te vas a separar. Si no me equivoco, todavía seguís casada legalmente con él, y vas camino de sufrir las consecuencias de las deudas enormes.
- Mirá: el resto es una historia mía. Yo me encargo de cómo sigue.
- Tenés el perfume de siempre...
- No me contestaste todavía.
- Mirá: yo te voy a derivar a Eduardo. ¡Le va a encantar tu maniobra! Él quiere comprar ya mismo el terreno.
- ¡Guau! Pero mejor esperá los acontecimientos.
- ¿Qué querés decir?
- Si estás de acuerdo, y sostenés la negativa, voy a reconocer que sos el legítimo propietario: todo bien...


DINA
Mejor que mejor: Andy no me podía fallar. El perfume funcionó. Tuve que aceptar ese beso y no más. Sí, me hubiera acostado con él. Pero mejor no ¿no?
Mamá tenía razón: Mario no era un tipo para mí. Siempre descontrolando todo y dejándose engañar con esas extrañas operaciones comerciales: un inepto.
Pero con Andrés todo me ha salido joya. No entiendo cómo me salió tan fácil.


ANDRÉS
¿Está más loca que nunca o sólo me parece? No termina de sorprenderme: está armando una historia parecida a la que llevó a separarnos. Dice lo mismo que decía de mí, y se quiere separar por prejuicios similares. Y yo la voy a ayudar.
Cierto que ya no soy el mismo chico de aquella época, que parecía carecer de futuro, de ambiciones, de horizonte. El tiempo demostró que ni ella ni su madre (¡su bendita madre!) tenían razón. ¿Pasará lo mismo con su nuevo marido?
Es decir: si yo la “ayudo” tanto a Dina, es como que estoy volviéndome en contra mío, o mejor dicho lo que fui yo. Sí, claro, yo no soy Mario. Pero Mario es un pobre tipo al que voy a ayudar a joder, y mal. Gracias a mí se quedará sin negocio, sin pareja, sin guita y a lo mejor hasta sin salud por la golpiza que le van a dar. Lo único bueno tal vez fuera que, además, se quedaría sin suegra.

MARIO
- Sí, soy yo.
- Estuve con Dina, ella va para tu casa. Te adelanto lo que te va a contar. El terreno de la costa yo lo vendí hace mucho. Pero quiero que hagamos un pacto, te va a convenir...
- Te escucho.
- No le digas nada a Dina, quiero ayudarlos. Yo te presto la guita que necesites, ya veremos cómo y cuándo me la devolvés.
- ¿No se lo dijiste a ella?
- Mirá, voy a ser claro. Yo te la presto a vos con la condición que no le cuentes nada a Dina.
- Flaco: no sabés lo que te lo agradezco.
(Sos vos el que no sabe lo que yo te agradezco).


Juan Carlos Gómez
Buenos Aires, Argentina

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