La Cultura y la Guerra para Freud
La mente humana es poliédrica porque se compone de fuerzas antagónicas que producen una cantidad ingente de deseos reprimidos. Es en los sueños donde simbólicamente pueden descubrirse los deseos reprimidos.
10 de May · 868 palabras.
🕘 Resumen
El artículo analiza la relación entre la cultura y la naturaleza humana según la perspectiva de varios autores, incluyendo a Goya, Freud y Hobbes.
Mientras Goya afirmaba que la razón puede producir monstruos, Freud sostenía que la cultura nos permite sobrevivir pero también provoca frustraciones y elimina la consideración ética sobre la bondad o maldad intrínseca de la naturaleza humana.
Desde la teoría psicoanalítica, el "superyó" representa la interiorización de las pautas morales y es la conciencia moral y la censura en última instancia. La cultura nos obliga a reprimir nuestros instintos pero en tiempo de guerra pueden brotar de forma pasajera.
La transformación de los instintos, sobre la cual reposa nuestra capacidad de civilización, puede quedar anulada de un modo temporal o permanente. El artículo también destaca la existencia de dos fuerzas, pulsiones, que determinan la naturaleza humana: eros y thanatos.
En cuanto a nuestra actitud ante la muerte, Freud sostiene que estamos convencidos de nuestra inmortalidad en el inconsciente pero el hombre tiene que asumir la muerte como algo propio de su existencia.
En resumen, la cultura y la naturaleza humana tienen una relación compleja y ambivalente que es importante tener en cuenta para entender nuestra sociedad y comportamiento.
Respecto a nuestra actitud ante la muerte, para Freud en el inconsciente estamos convencidos de nuestra inmortalidad, pero lo fundamental es que el hombre tiene que asumir la muerte como algo propio de su existencia. Es la conciencia de la muerte de los seres amados la que nos produce el conflicto sentimental (ley de la ambivalencia de los sentimientos) y, por lo tanto, el nacimiento de la psicología.
Nos exhorta a prepararnos para la muerte para soportar la vida. Al cerrar el mundo a la existencia extramundana su apuesta es por una ética intramundana que nos conduce a saborear nuestra existencia temporal con un valor intrínsico en sí mismo.
La tesis weberinana de racionalización-desencanto del mundo viene a mostrar un paralelismo con la teoría freudiana. La racionalización es el mecanismo de defensa que mejor define a las sociedades modernas (recordemos que la racionalización es un mecanismo de defensa junto con la represión, la negación, la substitución y la proyección) y, por consiguiente, la sublimación no puede más que producir un desencanto. Para Weber el hombre necesita vivir encantado (“sin pasión no vale la pena vivir”) y si sublimamos todo aquello que constituye lo más hondo y abismal de nuestra alma cojeamos constantemente. Una tesis exploratoria de una teoría filosófica del sociólogo Weber que coincide con la naturaleza humana que propone Freud es pensar que Weber propone una concepción trágica de la naturaleza humana que mantiene la tensión que Freud diluyó con la preeminencia del superyo. No me refiero a la concepción clásica de la tragedia que se relaciona con lo inevitable, con lucha titánica del héroe contra los dioses, sino de una tragedia moderna que presupone elegir entre dos valores con el mismo grado de nobleza. Para Weber la racionalización no puede ser valorativa y el hombre se encuentra solo ante sus impulsos y nada más tiene tres opciones: someterse a una autoridad carismática que le hará perder su identidad, a una autoridad racional-legal que le asegurará la existencia anodina y gris, o asentarse en una autoridad tradicional que le proporcionará cierto cobijo. Solamente el sometimiento a una autoridad carismática le producirá la pasión necesaria para romper la esclerosis de la existencia cotidiana. Freud fue un médico que reconoció que el hombre es una animal enjaulado por la cultura y nunca se atrevió a abrazar el nihilismo porque no dejaba de ser un hombre de ciencia ilustrado. Parte de su grandeza estriba en rastrear las fronteras entre lo racional y lo irracional, entre la animalidad y la humanidad cristalizada en una rimbombante civilización, es decir en asumir que somos tanto lo uno como lo otro y cuando lo olvidamos se abre la caja de Pandora. Es en la ambición especulativa dónde encuentro la inflexión entre Weber y Freud, mientras la metáfora freudiana es la represión, la weberiana es la iron cage (la jaula de hierro), y finalmente mientras Freud creía en la posibilidad de un método (la asociación libre) para erradicar la ansiedad humana que se ha constituido en nuestra formación como seres civilizados, para Weber no hay más que aceptar el carisma y la inevitable rutinización del carisma. Al final ambos nos enseñan que reconocer y vivir intensamente nuestro tiempo vital es el mejor antídoto para vivir con cierto sosiego. Se trataría de colocar las vivencias en su espacio-tiempo para no cargar con el lastre de no soportarnos a nosotros mismos. Magistralmente, Wittgeinstein sentenció “si por eternidad no entendemos duración temporal infinita sino atemporalidad, vive eternamente quién vive el presente”.