Historia de El jardín de las Delicias

Pocos cuadros tienen tan complicada historia, y a la vez fascinante, como El jardín de las Delicias, pintado por El Bosco. Hoy se puede contemplar esta obra en el museo del Prado.

Alejandro Cernuda
Alejandro Cernuda
31 de March · 751 palabras.
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🕘 Resumen

El tríptico "El jardín de las delicias" tiene una historia enlazada a la Casa Nassau de Alemania y luego a los Orange de Holanda. Esta casa real es una de las mejor pagadas y menos criticadas por su pueblo, con una renta anual de aproximadamente 800,000 euros.

El autor del artículo se convirtió en testigo de cómo el príncipe Guillermo Alejandro dejó de ser conocido como el "príncipe cerveza" para convertirse en un monarca responsable.

Los eventos que parecían perjudicar a esta casa real, como el abolengo de la reina Máxima o los escándalos de Bernardo de Lippe-Biesterfeld, se han convertido en poderosos mitos que sustentan su poder.

El cuadro, en un principio, fue propiedad de Egelberto II de Nassau, miembro de la misma Cofradía de la Virgen a la que pertenecía El Bosco, o de su sobrino Enrique III, un empedernido renacentista que pudo encargar la obra a El Bosco.

Sin embargo, se desconocen las circunstancias precisas de su creación. El Bosco, miembro de la importante ONG de aquella época, la Cofradía de Nuestra Señora, pudo darse el lujo de concebir una obra tan compleja a libre albedrío.

Aunque el encargo no es un atenuante de la calidad del autor, ha dado lugar a grandes obras en el marco del gusto particular del artista.

Fue en el castillo de Bruselas donde se documentó la existencia del tríptico, que tiene una clara semejanza estilística con otros trabajos conocidos de El Bosco.

El tríptico El jardín de las delicias tiene una historia en sus primeros años unida a la Casa Nassau de Alemania y luego a los Orange de Holanda. Una de las familias reales mejor pagadas por su pueblo si se tiene en cuenta la poca crítica que reciben, en su mayoría a manera de parodia, y una renta de aproximadamente 800 000 euros al año.

Fui testigo de cómo de la noche a la mañana Guillermo Alejandro dejó de ser el príncipe cerveza para convertirse en un monarca responsable. No es una crítica, sino un elogio. Eventos, en apariencia perjudiciales a esta casa real, como el abolengo de la reina Máxima o los escándalos de Bernardo de Lippe-Biesterfeld, el pintoresco consorte de la reina Juliana, se han trocado en poderosos mitos sustentadores de su poderío.


El cuadro, en un principio fue propiedad de Egelberto II de Nassau –miembro de la misma Cofradía de la Virgen a la que pertenecía El Bosco- o a su sobrino Enrique III, quien luego de sus viajes por España e Italia, terminó siendo un empedernido renacentista. Ya es difícil saber si fue obra de encargo o una compra deliberada. Las circunstancias de su creación son totalmente desconocidas. Solo se sabe, a modo general, que El Bosco estaba casado con una mujer adinerada y de melodioso nombre, Aleyt Goyaerts van der Meervenne, y por tanto nunca tuvo necesidad de trabajar por encargo u otro tipo de presión.

Era miembro de la Cofradía de Nuestra Señora, una importante ONG de aquella época. Bien pudo darse el lujo de concebir una obra tan compleja a libre albedrío. Por otra parte, el encargo no es como se piensa en ocasiones, un atenuante de la calidad o la filosofía del autor. Son muchos los casos que este tipo de trampolín ha dado lugar a grandes obras, enmarcadas en el muy particular gusto del artista. Precisamente, el Renacimiento que tanto amaba Enrique III, es casi una corriente artística alimentada de encargos.

Fue en el castillo de Bruselas de este último donde primero se documentó la existencia del tríptico. La semejanza estilística con otros trabajos de El Bosco no deja lugar a dudas de la autoría. En 1517 Antonio de Beatis, mientras acompañaba al cardenal Luis de Aragón en su recorrido por el norte de Europa, describió el cuadro en su diario de viajes.

Escrito en latín y luego traducido por él mismo al italiano, este diario es uno de los más fenomenales de la época a la hora de entender las costumbres y movimientos del arte. Beatis da fe de esta manera sobre la existencia de El jardín de las delicias: Hay algunas tablas con diversas bizarrías, donde se imitan mares, cielos, bosques y campos y muchas otras cosas, unos que salen de una concha marina, otros que defecan grullas, hombres y mujeres, blancos y negros en actos y maneras diferentes, pájaros, animales de todas clases y realizados con mucho naturalismo, cosas tan placenteras y fantásticas que en modo alguno se podrían describir a aquellos que no las hayan visto. Se comprenderá que, salvo fragmentos, es una pena que el diario de Antonio de Beatis no haya sido traducido a nuestro idioma.

En los textos de este señor nos encontramos con las obras de Rafael y una visita a un tal Leonardo da Vinci, mientras se encontraba exiliado en Francia, en la cual se habla de cierto cuadro de mujer sonriente.

La historia continúa. Pueden saber más de este cuadro, y de otros en mis artículos sobre Arte. Alejandro Cernuda.

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